los olvidados del exilio

Cubierta del libro "Los olvidados del exilio", de Ritama Muñoz-Rojas. Foto: Editorial Reino de Cordelia

Las cartas de los últimos refugiados españoles, los olvidados del exilio

Carmen Sigüenza | Madrid - 18 marzo, 2021

El regreso a España en los años 80 de los últimos escritores, políticos o intelectuales, como Rafael Alberti, Pasionaria o María Zambrano parecía que ponía punto y final al exilio oficial de la Guerra Civil, pero hubo cientos de españoles anónimos que se quedaron abandonados al otro lado de los Pirineos, como muestra el libro "Los Olvidados del Exilio".

Un libro de la periodista y escritora Ritama Muñoz-Rojas que recoge las estremecedoras cartas escritas por estos exiliados, que fueron auxiliados por un grupo de personas que les brindaron apoyo económico y moral mediante la Asociación Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles (AARE), que pusieron en marcha el sociólogo Juan J.Linz, Rocío de Terán y Ritama Fernández Troyano en 1984.

P.- ¿Qué contiene "Los Olvidados del Exilio"?  y ¿Cómo nace?

R.-  El libro “Los Olvidados del Exilio” contiene una selección de cartas escritas a partir de los años ochenta por ancianos republicanos españoles para los que el exilio nunca terminó, nunca pudieron regresar a su país, principalmente por razones económicas. A principio de los ochenta, con el regreso de personalidades como Rafael Alberti, Pasionaria, María Zambrano, etc. se dio por concluido el exilio en España. Sin embargo, estábamos olvidando o dando la espalda a un grupo de 500 españoles que habían tenido que cruzar los Pirineos a principios de 1939, huyendo de las represalias de los vencedores, cárcel o muerte, y que seguían viviendo en el sur de Francia como refugiados de la Guerra Civil. Son los exiliados en democracia, de los que poco se ha hablado.

Todavía hoy la gente se sorprende de que hubiera exilados, ya denominados refugiados, en esos años en que gobernaba el Partido Socialista Obrero Español con amplia mayoría. Para este grupo de personas, el exilio, el destierro, fue especialmente dramático porque estamos hablando de hombres y mujeres que cruzaron la frontera con muy poca formación cultural, poca formación profesional, pocos recursos económicos, enfermos y con muchos traumas derivados de la guerra.

Les costó mucho salir adelante, y en la vejez estas carencias se acentuaron. Para darles apoyo económico y moral se crea en 1984 la Asociación Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles (AARE), que ponen en marcha el sociólogo Juan J. Linz, Rocío de Terán y Ritama Fernández Troyano. Entre ellos y los ancianos republicanos se fue creando una relación de verdadera amistad, fruto de la cual es la correspondencia que se publica en este libro.

He leído estas cartas desde que era muy joven. Como periodista, tuve claro que tenían que darse a conocer. Y la editorial Reino de Cordelia y su director, Jesús Egido, lo vio claro desde el primer momento. El libro cuenta además con un estudio preliminar de Alicia Alted, Catedrática de Historia Contemporánea de la UNED, en estos momentos una de las mayores especialistas en el exilio y además vinculada a AARE desde hace tiempo.

P.- ¿Cómo accedió a estas cartas, a este material? Creo que ahora está depositado en el Instituto Cervantes ¿No es así? 

R.- Como decía, la Asociación de Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles fueron, en realidad, tres personas: el reconocido sociólogo y catedrático de la Universidad de Yale Juan J. Linz y Rocío de Terán, que residían en Estados Unidos, y Ritama Fernández Troyano, que es mi madre. Por eso, las cartas de estos republicanos que seguían soñando y amando a su país y que hablaban de derechos humanos y de su apego a la República llegaban a mi casa.

Esta asociación se cerró definitivamente hace dos años, cuando ya no quedaban antiguos refugiados vivos. En ese momento, pensamos qué se podría hacer con el archivo de AARE, integrado no solo por cartas, sino también por una valiosa base de datos con información de cada uno de los antiguos refugiados a los que se apoyaba. Una de las funciones de AARE era hacer un seguimiento de todos y cada uno de ellos para conocer su situación económica, sanitaria, sus carencias, sus necesidades, su situación familiar, con el objetivo de proporcionarles la ayuda que requerían. De eso se ocupaban dos personas desde Toulouse, Antoinette Caparrós y María Batet, que, por cierto, fue la mano derecha de Federica Montseny.

Ahora, esas fichas e informes tienen un gran valor para conocer el exilio en ese periodo. Se pensó en donarlo al Instituto Cervantes para que quedara depositado en su sede de Toulouse, porque casi todos estos viejos republicanos vivieron en esa zona. Nos importaba que fuera una institución pública y comprometida con el exilio. Creo que la labor del Cervantes en este sentido está siendo encomiable y muy de agradecer.

Ritama Muñoz-Rojas. Foto: Editorial Reino de Cordelia/Antonio Tiedra

P.- ¿Cómo nació y qué fue La Asociación de Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles?

R.- La Asociación de Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles, AARE, fue la primera organización creada en España para apoyar al exilio. Curiosamente, su origen está en Estados Unidos, donde la célebre anarquista Nancy McDonald junto a su marido, el periodista Dwight McDonald, habían creado, en 1953, Spanish Refugee Aid (SRA), un fondo de ayuda para los exilados españoles. Aprovechando las relaciones y los amigos pertenecientes a la élite cultural -y estamos hablando de nombres como Alexander Calder, Noam Chomsky, Erich Fromm, Robert Motherwell, Esteban Vicente, Charles Zimmerman, José Luis Sert, Francisco García Lorca, Barbara Probst Solomon, Mary McCarthy, Carmen Aldecoa, Eugenio Granell, Paul Casals o Lázaro Cárdenas- llegaron a recaudar cuatro millones de dólares para ayudar a miles de exilados, a los que ellos llamaron “los olvidados de los olvidados” porque eran los que sobrevivían en condiciones realmente dramáticas.

En los primeros años ochenta, Nancy McDonald creyó que ya era tarea y responsabilidad de los españoles ocuparse de sus compatriotas exilados. No podía ser de otra manera, una vez muerto el dictador y con un estado que ya se definía como democrático. Se dirigió a un grupo de personas con las se reunió en Madrid a principios de los años ochenta, Juan José Linz, Laura De los Ríos, Carmen Aldecoa, Rocío Terán y Ritama Fernández Troyano. Y así nace AARE.

España tiene una deuda con esa gran mujer que fue Nancy McDonald

P.-  ¿Qué papel jugó Nancy McDonald? ¿Le debe España un mayor reconocimiento?

R.- España tiene una deuda con esa gran mujer que fue Nancy McDonald. Nunca se ha reconocido, ni siquiera conocido, la gran labor que hizo, no solo de ayuda al exilio, sino también para dar a conocer la situación en que se encontraban miles de hombres y mujeres que habían tenido que abandonar su país huyendo del franquismo. Es un ejemplo de compromiso y solidaridad, en este caso con los refugiados que malvivían en un país que no era el suyo por haber sido leales a la República. En sus tres décadas de actividad, SRA llegó a ayudar a 5.598 familias con cantidades mensuales, envíos de ropa, alimentos, medicinas, máquinas de coser, aparatos para sordos, gafas y el no menos importante apoyo moral y contacto personal.

El alma de SRA fue Nancy McDonald. Repito, España tiene una gran deuda con ella. A principios de los 80, bajo la desatención del Gobierno a estos exiliados que todavía estaban en el sur de Francia en condiciones precarias, toma la iniciativa un grupo de españoles, un reducido grupo de personas que son exiliados, o tiene relación con el exilio por vínculos familiares o por amistad: Carmen Aldecoa, Laura de los Ríos, Juan José Linz, Rocío de Terán y Ritama Fernández Troyano. Finalmente, los que verdaderamente pondrán en marcha la Asociación de Amigos de los Antiguos Refugiados Españoles y los que se volcarán en ella a lo largo de casi cuatro décadas serán el sociólogo Juan José Linz, Rocío de Terán y Ritama Fernández Troyano, de manera totalmente altruista.

Entre los tres consiguieron crear una sólida red de apoyo integrada por personas con peso del mundo de la cultura, de la política o de la empresa. Era la manera de poder abrir puertas y conseguir fondos para el exilio en los complicados años de la Transición. Entre las personas que dieron la cara o su nombre para esta causa están Justino de Azcárate, Carlos Fernández Casado, Isabel García Lorca, Antonio Garrigues Walker, Francisco Giner, Eugenio Granel, Víctor Hurtado, Pedro Laín Entralgo, José Lladó, Emilia de Madariaga, Gregorio Marañón, Juan Marichal, Enrique Miret Magdalena, Soledad Ortega, Vicente Piniés, José Prat, Joaquín Ruiz Giménez, Joaquín Satrústegui, Manuel Terán, José Juan Toharia o Manuel Vidal Beneyto.

Las mujeres quedaron en segundo plano, también en la historia del exilio

P.- El exilio fue duro para todos, pero ¿cómo fue en especial el exilio de las mujeres?

R.- La dureza de cualquier situación se multiplica siempre para las mujeres; el exilio también. Un buen ejemplo es el relato que cierra el libro, una historia divinamente escrita por Rosa Laviña. Ella habla de la retirada, de la llegada a Francia, de su paso por el campo de concentración de Argelès-sur-Mer; habla de su participación activa como anarquista en apoyo de los republicanos desde el exilio; nos cuenta también cómo se las tuvo que ingeniar para salir adelante, conseguir trabajo y que le pagaran por ello.

Las mujeres y su importantísimo compromiso han quedado en segundo plano, también en la historia del exilio; oculto o silenciado; como si no hubiera existido. Por eso es importante incorporar este relato de Rosa Laviña, una de las exiliadas a las que apoyó AARE. Es espantoso ponerse a pensar en la llegada a Francia, huyendo de las atrocidades de los vencedores y el recibimiento con el que se encontraron, sobre todo para mujeres que salían por primera vez de su entorno, de su vida cotidiana, que casi no sabían leer en su lengua materna y tenían que comenzar una vida nueva en un medio ajeno, desconocido, inhóspito, al mismo tiempo que eran casi siempre el andamio familiar.

P.- ¿Qué subyace en estas cartas? ¿Cuál era la mayor preocupación de los exiliados?

R.- En estas cartas escritas por exiliados a partir de los años ochenta hay palabras que se repiten mucho: patria, patriotas, soledad, olvido. Para este libro he leído cientos de cartas hasta llegar a una selección que he ordenado por pequeños bloques que se corresponden a las cuestiones que más les preocupan, las que se repiten. Son la soledad, se sienten solos, muy solos, y así lo dicen; el olvido, mejor dicho, el miedo a que se les olvide, a que les olvidemos; es algo que les obsesiona. Hablan mucho de su complicada situación económica; en sus cartas piden comida, ropa, calefacción o cristales para unas gafas; hablamos de necesidades básicas para una vida digna.

Otro bloque de cartas son las que escriben para reclamar derechos, indemnizaciones por años de cárcel o trabajos forzados, por haber pertenecido al ejército, aunque sea el de la República, pero el legítimo en sus casos, o pensiones de viudedad; realmente se sienten desprotegidos, sobre todo porque no entienden bien cómo dirigirse a las autoridades o la manera de reclamar. Y están las cartas en las que nos cuentan su participación en la guerra, su pasado republicano, su compromiso con los valores de la República.

P.- ¿Qué queda por hacer por el conocimiento y reconocimiento de estos exiliados republicanos o los llamados del exilio de la Transición, y para que las nuevas generaciones lo conozcan?

R.- Verdad, justicia y reparación. Tres palabras que contienen todo lo que tiene que ver con la memoria democrática y su recuperación, para que las nuevas generaciones puedan aprender y comprender nuestra historia, sobre todo la que no se ha contado.

Desde los movimientos que reivindican la memoria y a las víctimas del franquismo se están haciendo cosas importantes. Desde la universidad, la academia, los investigadores, también. Pero creo que todo eso no llega de manera suficiente a la sociedad y, sobre todo, a los jóvenes, que son lo más importante, los que necesitamos que sepan. Por eso creo que cuando se apruebe la Ley de Memoria Democrática vamos a tener una gran herramienta para poner las cosas en su sitio. Para reparar y hacer justicia y para conocer y difundir la verdad de todo lo que tiene que ver con las víctimas del franquismo. Con nuestra historia, la que no se conoce todavía.



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